Ahora vivo en una maqueta.
El piso parece de madera,
pero es de plástico.
Las plantas parecen plantas,
pero son plástico.
La berenjena en el super
viene envuelta en plástico.
En los supermercados
suena una música
tan suave
tan pero tan suave
que me resulta atroz.
Las cajeras hablan sin dirigirme la mirada
en otra lengua
indescifrable.
Las personas entran y salen
e igual no hay ruido
hablan en un tono de voz
muy bajito
o no hablan.
Tal vez. No lo registro.
Las paredes de las casas son todas de ladrillos
iguales
iguales las casas
e iguales los ladrillos
y las ventanas
y las puertas que encaran directo a la vereda
por cuadras infinitas
y repetidas
como en un video-game
de buena calidad.
Siento que si quisiera atravesar mi mano
por la pantalla
se caería todo pixelado.
Pero no lo intento.
Camino sin saber si avanzo
en la vereda de las fachadas idénticas;
es como una eterna cinta de correr
con paisaje de fondo.
Sale alguien
de una puerta,
hay escaleras adentro.
Es una chica y está abrigada.
Entra en la otra puerta
una mujer con su hija
encapuchada.
Sale un señor
con un carrito de compras
y un chabón
que pasea a un gato
¡a un gato!
Sale un adolescente,
hablando por teléfono
en un idioma que no entiendo.
Y otra chica entra
en otra puerta
sola
con las bolsas de compras
y distingo el pan
el jugo de naranja
y el apio.
Todos parecen cronometrados por el mismo reloj
como si estuvieran esperando una indicación
para hacer su papel
en este escenario
insólito
surreal
planificado.
¿yo también estoy actuando?
Ahora,
si miro
por las ventanas
hay algo más.
Una planta con flores
(¿será de plástico?)
una gallina disecada
un gato que mueve la cabeza
¡está vivo!
Un montón de libros apilados
la televisión prendida de alguien
una mesa puesta para cenar
(a las seis de la tarde).
Hay un cuadro de Monet
o algún pintor de esos famosos
o también del Barroco
así,
con las flores y las personas a pinceladas.
También un triciclo rosa,
afuera,
medio mojado.
Hay, veo, percibo,
sospecho,
algo de vida
en esta maqueta.