LUCIA GRACEY


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Escribir sobre italia:

Hanno stato 6 meses intenssisimos.

Perdí hasta la lengua.

Las referencias ya no son mías.

Me costó despedirme de lo que creía más mío.

Ya no me vi reflejada en el mismo espejo.

Era el espejo de donde venía.

Lo tenía escondido en un altillo,

lleno de polvo,

inaccesible.

Una día lo abrí y me espanté.

Todo lo que era yo o yo era se había ido con el tiempo.

Pero también estaba ahí. En el reflejo.

Y me puse impaciente.

¿Quién era si no era ella?

¿Quién había tomado mi lugar?

¿Quién sería ahora el que entendiera lo que decía?

¿Podría hablar a partir de ahora una lengua para mí misma?

¿Qué sólo yo supiera?

¿Y de qué servía?

¿No se hace un hueco en el estómago que se vuelve irrellenable?

¿existe la palabra irrellenable?

¿qué importa?



Pasaban cosas, no es que no.

Pero el tiempo parecía estancado

en un pantano sucio y profundo.

No iba para atrás ni para adelante.

Lo marcaban reglas sin definición.
Nada venía de ningún lado

ni yo llegaba a ningún lado.

Estábamos todos igual. Yo y mis espejos.

Las acciones se repetían como en un loop eterno,

que iba

y venía.

que iba

y venía.


Las palabras.

Las conversaciones.

La rutina me carcomía.

¿Saldré alguna vez de este laberinto?

Quise romper el espejo

con un golpe de martillo.

No funcionó.

Estaba atorada en un

espacio indefinido.

Pero el tiempo sí pasaba:

            alrededor pasaba.

Como por fuera de mí.

De nosotros.

Estábamos todos más solos que nunca

o es creía yo de los otros

y por eso estábamos juntos.

Era un engaño necesario.

Pero voraz.



Empezó a hacer más frío.

Las hojas se volvieron amarillas.

Después se perdieron,

y lo tapó todo la niebla.

Un día nevó.

Y las horas de luz se hacían más cortas.

Tan cortas que me parecía insoportable.

Pensaba que algún día nos invadiría para siempre la oscuridad y no volveríamos jamás a vernos sin faroles artificiales.

Contaba las semanas

y no pasaban.

El tiempo en sí,

ese que se cronometra,

dejó de tener sentido.

Medía mi vida en imágenes.

En lugares.

La espera no hacía más que confundirme.

Los recuerdos que tenía venían en oleadeas

pero estaban lejos

lejíssimos. Con doble S.

Tenían las aristas borradas

y los escenarios cambiados.

Los personajes de la infancia

se mezclaban con mis enemigos internos.

Y también soñaba.

Ya no sabía en cuál espejo vivía,

ni si aún vivía

o si aún los personajes del recuerdo

me recordaban.

Temía haberme vuelto invisible.

Temía tenerlo todo perdido.

Dónde estaba si ya no estaba

en ningún lugar

que me fuera mío.



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Igual fue un hogar.

Igual cada vez que volvía,

las cuadras me eran conocidas

el idioma me parecía familiar.

Igual tenía ese calor humano

del desorden y lo incierto

de las rutinas

y el vaivén de las gentes.

Los gritos del mercado

y las cúpulas de las iglesias

y las puertas antiguas

-antiguísimas -

y los palacios

y las veredas rotas

y los tranvías

y la espera.

Los cafés

- el capuccino de la mañana-,

el río,

las montañas,

el smog,

los rayos de sol horizontales,

encandilantes,

las hojas del otoño,

los amigos.

Las filas y las mesas,

y los aperitivos tempranos

y las piedras

y el ruido

todos los ruidos juntos

la ambulancia, el carrito, la discusión, el borracho, las risas, los insultos, el escape de gas de un auto viejo, el traqueteo irreconocible, la persiana desvencijada, el verdulero de las cuatro de la mañana, el camión de basura, las campanadas, el acento extranjero de mis vecinos.

                                                                       (más extranjero que el mío)

Igual era bello

y era casa

y era una forma de decir

que habitaba un lugar en el mundo

y que el mundo estaba vivo

y que la vida transcurría en las pequeñas cosas

sin acciones trascendentales

aunque estuviéramos en un escenario trascendental

como un teatro romano

o una cordillera imponente

o una ciudad

que había sido

la primera capital

de un país conocido.